El Amanecer de los Muertos Vivientes: Crónicas de un Superviviente

Horror 21 to 35 years old 2000 to 5000 words Spanish

Story Content

Un día cualquiera, de un año cualquiera, desperté con la extraña sensación de que algo no estaba bien. Hay una falsa tranquilidad hay fuera, una quietud inquietante que cala hasta los huesos. Ni coches en la calle, ni niños en los parques. Algo me dice que ya nada será igual que antes. El aire estaba cargado de presagios, como si el mundo contuviera el aliento.
Al principio, las noticias eran confusas, contradictorias. Hablaban de un virus, de disturbios, de medidas de seguridad extremas. Las noticias nos mentían no decían la verdad. Pero pronto, la verdad se abrió paso a la fuerza, brutal y aterradora: los muertos caminaban.
Ellos están en todas partes. Zombis. La palabra resonaba con eco en mi mente, sacada directamente de una película de terror de serie B. Pero esto era real. Esto era mi vida. Si me descuido podrían devorarme, convertirme en uno de ellos. Y saciar su hambre no entra en mis planes pendientes.
Es otro amanecer en esta tierra de muertos vivientes. El sol se eleva sobre un paisaje desolado, un cementerio urbano donde la esperanza se marchita como una flor sin agua. Vivo en las afueras de la ciudad, en una vieja casa abandonada, mi refugio improvisado contra la horda.
Sobrevivir se ha convertido en mi única prioridad. Cada día es una batalla, una carrera contra el tiempo y contra ellos. Escondido luchando por mi vida, intento racionar la comida, buscar agua limpia y, sobre todo, evitar el contacto.
Tal vez no quede nadie vivo en la humanidad. A veces, esa idea me carcome por dentro, la soledad como un ácido que disuelve mi cordura. Pero entonces recuerdo por qué sigo luchando, por la remota posibilidad de un futuro, por el simple hecho de seguir siendo yo mismo.
Gracias a Dios, he conseguido armas en una tienda de caza. Una escopeta, un hacha, un par de cuchillos… herramientas rudimentarias pero indispensables para defenderme de la pesadilla. Por si una visita inesperada viene a casa, aseguro puertas y ventanas con tablones y alambre de púas.
Tengo municiones, pero se agotan rápido. Tomo precauciones extremas cada vez que salgo en busca de provisiones. Cada salida es una ruleta rusa, una danza macabra con la muerte. Inspeccionar cada casa, abrir cada puerta es poner mi vida en juego.
El caos se percibe, latente en el ambiente. La lucha no termina, aunque a veces sienta que estoy perdiendo. La muerte me persigue cuando cruzo cada esquina, como un perro rabioso dispuesto a clavarme los dientes.
Un virus mortal si te muerden date por perdido. La simple idea me aterra. He visto lo que les pasa a los infectados: la carne se pudre, los ojos se nublan, la sed de sangre los consume por completo. Prefiero morir antes que convertirme en uno de ellos.
Vivo en la desolación y todavía no he entendido que fue lo que pasó, que desencadenó este infierno. Los rumores son muchos: un experimento fallido, una mutación genética, un castigo divino. La verdad, quizás nunca la sepa.
Recuerdo que nos querían ocultar, información importante sobre el virus. Ahora entiendo por qué las primeras noticias siempre lo minimizaban todo, por qué decían la verdad a medias. Tenían miedo al pánico. Pero su silencio nos condenó.
Y ahora la muerte camina, esta por todas partes. El mundo nunca será como antes. Aquella sociedad ordenada y predecible ya no existe. Ahora, solo hay ruinas, sangre y el eco de los gritos de los inocentes.
La vida ya no es igual. La muerte ya no es igual. Se ha banalizado, convertido en un espectáculo cotidiano. Es una manera más de acabar, a manos de una criatura descerebrada. Ellos me quieren cazar, como a un animal salvaje.
Yo solo y nadie más, o eso creo, en la humanidad. La esperanza de encontrar a otros supervivientes me mantiene en marcha, aunque cada día se debilita un poco más. Conmigo no podrás, pienso, cada vez que abato a uno de ellos. Ten cuidado los ojos bien abiertos.
Es el amanecer de los muertos. Un nuevo día de lucha, de supervivencia, de horror. El sol pinta de rojo sangre las calles vacías, iluminando los cuerpos inertes que se arrastran buscando una presa.
Tengo que ser fuerte. El pánico es el peor enemigo. La realidad es obvia: estoy solo, rodeado de muerte, y nadie va a venir a salvarme. La electricidad hace tiempo que es historia. Me guío por el sol, como los hombres primitivos.
Hay que salir de día, aprovechar la luz para buscar provisiones, para evaluar los riesgos. Cada esquina, cada portal, cada sombra, puede ser mortal. Los zombis acechan en la oscuridad, esperando el momento oportuno para atacar. Ellos no tiene memoria.
Solo quieren comer carne fresca, sangre caliente. Y al parecer yo soy su plato favorito. Si me muerden me suicido, ese es el trato. No quiero convertirme en uno de ellos, perder mi humanidad para siempre.
No les saldrá barato luchar con mi inteligencia. Utilizo trampas, señuelos, atajos para evitar enfrentamientos innecesarios. Me mantiene vivo mi instinto de supervivencia. Ese instinto primario, visceral, que me empuja a seguir adelante.
Toda la gente que yo conocía murió. Familia, amigos, compañeros de trabajo… todos desaparecieron, tragados por el horror. Todo lo que hice en vida desapareció. Mis logros, mis sueños, mis ambiciones… ahora no significan nada.
No hay gobierno ni leyes donde ahora vives. Solo la ley de la selva, la del más fuerte. Es un infierno y si eres listo sobrevives. O te conviertes en víctima, o te conviertes en verdugo. No hay término medio.
Al eterno sin vivir de esta tierra de no muertos, he perdido la cuenta de los días, de las semanas, de los meses. El tiempo se ha detenido, estancado en este presente macabro. Ya casi no se reír me deprimo por momentos. La desesperación me acecha.
Esperando que aparezca alguien algún ser humano, en medio de este caos. La esperanza es lo último que se pierde, dicen. Pero cada vez me cuesta más creerlo. Pero cada día veo ese objetivo más lejano. La soledad es una condena.
Y vuelvo al exterior en busca de alimento. Racionar las conservas no es suficiente. Necesito carne fresca, aunque eso signifique arriesgar mi vida. No seré su presa por sorpresa los reviento. He perfeccionado mis técnicas de caza.
Soy leyenda como Will casi vivo en Silent Hill. La comparación me hace sonreír amargamente. Soy un fantasma en mi propia ciudad, un superviviente solitario en un mundo muerto. Yo camino por la Street con el corazón a mil.
Sabiendo que cualquier día puede acabar todo. No me hago ilusiones. Sé que la muerte puede estar a la vuelta de la esquina. No tengo nada que perder de cualquier modo. Ya lo he perdido todo.
Esta anocheciendo y vuelvo a mi refugio a salvo. Cierro la puerta con llave, aseguro las ventanas, reviso las trampas. Una vez más estoy vivo de milagro. Un milagro que se repite cada noche.
La vida ya no es igual. La muerte ya no es igual. Es una manera más, quizás la única, de darle sentido a este sinsentido. Ellos me quieren cazar, pero no me rendiré sin luchar. Yo solo y nadie más, contra el apocalipsis. Conmigo no podrás. Ten cuidado los ojos bien abiertos, ellos están cerca. Es el amanecer de los muertos.
Un día cualquiera, de un año cualquiera, me siento frente a este diario, mi fiel compañero en la soledad. Quisiera escribir mi despedida. Presiento que mi final está cerca.
Llevo mucho tiempo escribiendo este diario, intentando dejar un testimonio de lo que pasó, de cómo fue el fin del mundo. Ya no me queda esperanza alguna al contrario. Solo el cansancio y la aceptación de mi destino.
De madrugada han entrado a mi refugio y me han mordido. Un descuido fatal, un error que pagaré con mi vida. Es cuestión de tiempo así que me despido. Siento que la fiebre empieza a subir, que la transformación es inevitable.
No se si quedara alguien vivo, que encuentre estas palabras, que conozca mi historia. Pero espero que algún día lean lo que escribo... quizás, para aprender de mis errores y sobrevivir donde yo fracasé.